EL GOBERNADOR MENDOCINO FÉLIX ALDAO RECIBIDO EN EL MORÓN  ROSISTA

 

El 16 de noviembre de 1841, el gobernador de Mendoza, Félix Aldao “El Fraile”, caudillo federal de aquella provincia, fue recibido en Morón por autoridades locales y vecinas en marcha a Buenos Aires.

 

Desde época colonial, por ser Morón primer posta del Camino Real al oeste de la ciudad de Buenos Aires, se convirtió prontamente en la puerta de entrada o salida de la capital. Tanto sea cuando el camino real seguía la huella de lo que más o menos es la actual avenida Rivadavia o cuando el tráfico pasó al más conveniente camino de Gaona (ahora Acceso Oeste), que cruzaba el río de las Conchas (hoy Reconquista) por el puente de Márquez.

Este curso de agua era el límite norte del Partido y su cruce con el camino de Gaona por el puente citado, implicaba la cercanía a la urbe ya que, por casi doscientos años, entre Morón y la actual Plaza de Mayo, no había poblado alguno hasta el surgimiento del pueblo de San José de Flores, hoy barrio de la Capital Federal.

Varios son los testimonios de los diarios de viajeros que hacen referencia a esta doble condición de Morón, poblado que era la cabecera de un distrito que comprendía para los años que estamos tratando -de este a oeste- los hoy municipios de Tres de Febrero, Morón, Ituzaingó, Hurlingham, y Merlo.

Pero vayamos a aquel 1841: son los tiempos de la Confederación Argentina, liderada por el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. El “Restaurador de las Leyes”, designaba a los Jueces de Paz (la autoridad municipal) de los partidos de la Provincia, de entre caracterizados y probados federales, que en al caso de nuestro Pago, recaía desde 1838 en el estanciero Tomás Fernández de Cieza.

Ausente Cieza de su cargo, provisoriamente la autoridad en Morón, era ejercida por el Juez de Paz sustituto, Vicente González. El 20 de noviembre de aquel año 41, envía un oficio a Rosas relatando la crónica de lo sucedido: “ … el 16 del corriente, habiéndome situado con los vecinos del partido sobre el Puente de Márquez, recibí al Excelentísimo Señor gobernador de la provincia de Mendoza Brigadier don José Félix Aldao, felicitándole y ofreciéndole cuanto necesitase … con una ocurrencia numerosa de vecinos caminé desde el citado Puente [de Márquez] acompañando a Su Excelencia y a las inmediaciones de este Pueblo [Morón] se le presentaron el Señor Inspector y Comandante General de Armas, con la Plana Mayor … el Señor Juez de Paz de Flores [siguiente partido en el camino lindante con la capital] con bastantes vecinos, y el de San Isidro [que abarcaba hoy el de San Martín es decir, partido también fronterizo de Morón] lo mismo …” formaron todos una comitiva que se dirigió al pueblo.

Aclara en su informe González que “… para el recibimiento del Excelentísimo Gobernador de Mendoza se había formado un Arco hermoso en el mismo Puente de Márquez, y otro en la calle principal de este Pueblo [¿las actuales Ntra. Sra. del Buen Viaje o Almirante Brown?] regularmente adornados y con sus banderas Federales por los que pasó Su Excelencia y acompañamiento entre vivas, repiques [de la campana del primer templo que se encontraba donde hoy está la Catedral Basílica] e innumerables cohetes que se incendiaron. El Partido estaba todo embanderado con anticipación.

Los vecinos de este Partido, Excelentísimo Señor, han demostrado su completa alegría y decisión por llenar los deseos de Vuestra Excelencia obsequiando al digno huésped amigo íntimo de V.E. (…) por el deseo de acompañar a Su Excelencia como verificó hasta despedirnos de él, luego de que entramos al Partido de Flores”.

Así González informaba a Rosas detalladamente el recibimiento y paso por el partido y pueblo de Morón, del gobernador cuyano en marcha a la capital.

 

Pero ¿quién era Félix Aldao?

José Félix Esquivel y Aldao «el Fraile Aldao», había nacido en Mendoza, el 11 de octubre de 1785. hijo de un capitán de ejército procedente de la que hoy es la provincia de Santa Fe, Francisco Esquivel Aldao, y la mendocina María del Carmen Anzorena Nieto. Se educó en el colegio de los dominicos, y muy pronto ingresó en esa orden, ordenándose sacerdote en 1806 y doctorándose en Santiago de Chile.

De regreso a Mendoza, se incorporó al Ejército de los Andes junto con sus hermanos, para hacer la campaña a Chile como capellán de un regimiento. En el combate de Guardia Vieja tomó sorpresivamente las armas y luchó junto a los soldados, de modo que, por consejo del general Las Heras a San Martín, se incorporó al Ejército como teniente del Regimiento de Granaderos a Caballo. Su contextura fuerte, grande y enérgica era más apropiada para el uniforme que para la sotana. Hizo toda la campaña de Chile, combatiendo en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú.

Regresó a Mendoza en 1824, y se dedicó a la producción de vinos. De nuevo en el ejército, en 1828 quedó encargado de la defensa de la frontera con el indio, y tras esto se sumó a la guerra civil entre unitarios y federales, accediendo a la gobernación a principios de 1841. Decenas de batallas atestiguarán su época: Oncativo, Ciudadela, La Tablada, Angaco (la batalla más sangrienta de toda la guerra civil), Rodeo del Medio, peleas contra los indios. Triunfos y derrotas, cárceles, fugas, destierros, persecuciones, cubrirán su derrotero.

Estimuló obras de riego, construcción de canales, apertura de calles y los centros productivos se extendieron hacia el sur generando nuevos asentamientos poblacionales. Mientras tanto, la oposición lo trató de despótico y lo acusó de borracho y hereje.

Por un decreto gubernamental declaró «dementes» a todos los unitarios y nombró tutores para que los cuidasen, al tiempo que les confiscó los bienes.

A principios de 1844, sobre su frente, arriba del ojo derecho, le asomó un grano, que Cayetano Garviso, médico español radicado en Mendoza, trató con ungüentos, cataplasmas y presionándolo con los dedos. Rápidamente, ese grano tomó la dimensión de un huevo de gallina y Aldao, desesperado, le pidió ayuda al propio Rosas, luego de una frustrada operación que le hizo Garviso. Rosas le mandó a su cuñado, el médico y profesor Miguel Rivera. Comenzaría así una lenta agonía que lo llevaría a la muerte el 19 de enero de 1845.

Fue sepultado a su pedido con habito de fraile dominico y uniforme militar.

 

 

Ezequiel Pavese